domingo, 23 de febrero de 2014

Dos copos de nieve

Nací en una maravillosa ciudad situada en el corazón de Rusia. Ciudad que abandoné en 1998 cuando mis padres decidieron trasladarse a una no menos maravillosa ciudad costera de España. Demasiado joven para recordar mucho, demasiado mayor para no recordar nada, pasé la adolescencia entre un deseo inmenso de regresar a mi hogar y un ansia permanente de adaptarme al nuevo.
 Quince años han pasado desde entonces. Me siento mayor. Necesito mi tierra. Papá, mamá... ¿Qué habéis hecho? ¿Dónde busco ahora mi hogar? Me moriré de tristeza en algún lugar entre el mar y la nieve.
Tristes apátridas maleta en mano, de avión en avión, cambiando de vida cada año. ¿Me uniré a su número? ¿Vaya a donde vaya sentiré que mi hogar está lejos? Cómo no echar de menos a esta gente, abierta y cariñosa, gritona y viva, orgullosa y emotiva, con la que he compartido media vida... El sol tan intenso y el aroma del aire, los patios y los bares, el sonido de una guitarra flamenca en la oscuridad de la noche, el sonido del mar...
Pero pienso en la claridad de la primera nevada, que sume la ciudad en un limpio silencio, a los niños abrigados corriendo y jugando, el sonido sordo al romperse el hielo pisando charcos por la mañana, el deshielo en primavera y las primeras flores, las más fuertes, que más alegría dan. Y campos, y bosques, el olor de la madera y tanto espacio y libertad como uno pueda desear, y gente que entiende mi forma de pensar, de ser, de hablar... y sé que necesito volver.

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